Los avances tecnológicos nos han facilitado la vida. Eso nadie lo puede negar. Pero asimismo nos han inculcado malestares que antes no se vislumbraban como en la actualidad.
Resulta tan común como molesto e incomodo, ir a un restaurante a cenar con un hombre que esta pendiente de todos menos de quien tiene en frente. Saben al segundo lo que ocurre en una aldea campesina de Holanda pero son incapaces de entender que significa realmente ese “Estoy bien” que exprese hace segundos.
Considero que es una falta de respeto. Esa incapacidad que sociabilizarnos correctamente. Ahora no podemos mantener una conversación durante 5 minutos sin bajar la mirada y activar la pantalla del móvil.
Por momentos también soy culpable. A veces uso el Smartphone con tal de esquivar la insípida conversación que no me entretiene, ni me atrae. O aprovecho el momento para adelantar por el móvil la entrada de mi blog que debe publicarse al día siguiente.
Pero de igual forma debo confesar que tiendo a evitarlo. Prefiero guardar el móvil en la cartera con tal de no caer en la tentación de pasar el tiempo “texteando”. Tengo una amiga que lo establece como regla para nuestras tardes de chicas. Al estar en la sala, debemos colocar los móviles en la mesa de la cocina.
La técnica podría ser radical, pero resulta. Es funcional porque olvidamos esa tentación latente de estar revisando los aparatos a cada instante y nos concentramos en la copa de vino, en la taza de café, en la actualización de nuestras vidas, en los detalles de la conversación.
De igual forma creo que aun estamos a tiempo de variar esta lamentable situación. No se necesita un gran despliegue de recursos, ni publicidad radiofónica, televisiva o en los periódicos de circulación nacional. Solo se requiere que recordemos los modales y las buenas costumbres que nos inculcaron nuestras abuelas y madres.
Solo eso.