Amar sin libertad

Él se enamoró de ella, inmediatamente la vio. Destacaba entre todas las rosas de ese jardín.

Desde ese día se encargó de cuidarla. La visitaba a diario. Ella causaba la envidia de todas las de su especie. Ninguna había sido objeto de tantas atenciones y detalles.

Un día no aguanto más la distancia. Y queriendo honrarla a cada momento, decidió llevársela a casa.

Un frio y fino jarrón se convirtió en su nuevo hogar. A diario se encargaba de ella, le cambiaba el agua, evitaba que el sol la quemara, pero la ubicaba de manera tal que los destellos del astro rey le acariciaran los pétalos sin dañarla.

Tal era su ensimismamiento que las horas se le pasaban en plena contemplación de su belleza única.

Un día, al despertar, se encontró con una pesadilla. Las cosas no eran igual. Todo había cambiado. Y ya era muy tarde para volver atrás.

Su rosa había muerto. La adoración que le profesaba no le permitió ver más allá de lo obvio.

Su rosa había muerto. Estaba marchita, desgastada, sin los hermosos colores que la hacían única, especial y diferente.

Fue muy tarde para entender, que lo que la hacía especial no era la soledad, ni el aislamiento. Era su jardín lo que hacía que destacara, que lograra brillar con luz propia.

Fue en ese momento en que entendió que, al quererla cuidarla exclusivamente, la había desahuciado, haciéndola sufrir una lenta agonía. Agonía que se convirtió en su sentencia de muerte.

Y es que el amor sin libertad se convierte en extinción.

Sentencia Definitiva

«Él ya no me quiere», esas fueron las palabras que activaron mi radar, haciéndome entender que ya todo estaba dicho.

«Él ya no me quiere», así aceptó de manera definitiva de que no volvería. Admito públicamente que pensé que sólo era una tormenta, que los cielos se aclararían y dejaría de llover.

Esa sentencia me dijo que ya estaba preparada para pasar ese capítulo, cerrar ese libro y empezar una nueva historia.

Fue así que entendí que sus heridas habían empezado a cicatrizar. Sólo me resta a mi, como parte presencial, tener siempre a mano lápices y libretas, porque su vida iba a reescribirse.