Apuntes sobre la Maternidad

En alguna ocasión, más de una vez he escrito acerca de la soledad que representa ser madre.

Inmediatamente asumes ese papel el círculo de tus amigas, esas que siempre te acompañaron comienza a achicarse. No todas son capaces de entender el reto al cual te enfrentas. El idioma que hablas resulta extraño para ellas… en el momento cuando el apoyo es más requerido.

Las madres necesitamos apoyo y mucha ayuda emocional. Necesitamos que alguien esté dispuesto no a dar soluciones, sino a escuchar.

Las madres nos frustramos y eso no nos hace malas madres, sólo nos hace humanas.

Las madres nos desesperamos y con eso queda demostrado que somos imperfectas.

Las madres necesitamos que alguien nos escuche sin juzgarnos sobre las incongruencias que experimentamos.

Que podamos descansar de nuestros hijos. ¡Sí! Las madres nos cansamos de los hijos que tanto amamos. Nos saturan los gritos, las incomodidades, los pleitos. Nos hartamos de los cambios interminables de pañales, de los biberones que nunca se acaban de esterilizar, de los juguetes en cada rincón de la casa. Por más coherencia que queramos aparentar, por dentro vamos acumulando todos esos malestares, hasta explotar enloquecidas de agobio.

Nos agobia nunca terminar. Que el tiempo nunca alcance. El café siempre se toma frío y la batida caliente. La casa que antes era fácil de llevar y manejar ahora nos resulta imposible de organizar.

Es ahí cuando se necesita ayuda. Una red de apoyo. Una tribu de aliadas que nos recuerden que esto también pasará.

Una voz experimentada que calmada nos felicite por lo bien que lo estamos haciendo. Que nos tranquilice explicando que son etapas que se superaran.

Otra madre como ella, que se haya enfrentado a esas mismas situaciones, que sin regaños, ofrezca otras técnicas que puedan usarse. Que se apiade de un alma cargada, que abrazándola bien fuerte la acompañe a llorar. Que le permita desahogar su corazón frustrado. Que pueda empezar a entender que no hay sustituto disponible. Que el rol de madre no se acaba jamás; que con el paso de los años los problemas serán otros distintos, que este trayecto acaba de empezar.

A escondidas

Es emocionante amar a escondidas. Que nadie se atreva a negarlo… amar nos alegra la vida, pero amar a escondidas realmente nos activa la existencia.

Vivir cada día con una dosis extra de adrenalina nos motiva a encontrar una manera distinta de manejar la rutina. Estar en el mismo espacio, pero debiendo ser incapaces de vernos.

Esas conversaciones vanas que tenemos entre los grupos sociales. Ese beso público en la mejilla, mientras que me sujetas fuerte y discretamente del brazo al ayudarme a bajar las escaleras.

Ese afán infructuoso de esquivar las miradas. Las excusas tontas para alargar los momentos que debemos estar juntos.

Citarnos lejos de las personas conocidas y de los lugares comunes, con tal de tener la libertad necesaria de poder abrazarnos y tomarnos de las manos sin vergüenzas. Siempre buscando el pretexto idóneo para retardar el momento de la separación.

Que cambies el vehículo para recogerme en la plaza y ocultarnos de miradas hostigadoras poder tocarnos con furia retrasada, besarnos sin pudor y amarnos como dementes.

Luego regresar a la realidad, a las reuniones de oficina, almuerzos de negocios, solicitudes de compras y cartas a los gerentes regionales. A ser compañeros de oficina y nada más.