y ahora quien?

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Bendita seas tu mujer abnegada… Madre dedicada, hija entregada, empleada distinguida, amiga comprometida.

Tú que eres la piedra angular de todos los que te rodean. El bastón de apoyo para quienes tambalean en su andar. La siempre disponible psicóloga, terapeuta y consejera espiritual. La misma que estratégicamente tiene en sus labios palabras que resultan bálsamos para quienes con el alma afligida acuden a ti en busca de alivio. Todos en sus momentos de angustia agradecen a los cielos el haberte conocido. Que estés ahí para mostrarles el camino, enderezar sus sendas y explicarles las ecuaciones que la vida suele interponer.

Hoy te toca a ti sentir el sobresalto en tu corazón, hoy eres tú quién tienes el alma abatida y desolada. Llegas a tu hogar, esquivando la mirada de tu familia, te encierras en tu habitación a lamerte las heridas. A llorar amargamente tus penas, sabiendo que no encontrarás quién preocupándose por ti te ofrezca su hombro para llorar.

A lo mejor ahí es donde radica el pilar de tu tristeza: en tu oculta soledad. En la incapacidad de los demás de acudir al auxilio de quién en algún momento les socorrió. ¿A quién acudir en un momento como este? ¿Quién tendrá tu paciencia ejemplar y se limitará a escucharte, todo en pos de que te desahogues?

Y sabiendo lo veraz de tu realidad, quedarás resignadamente dormida en tus lágrimas, sin hallar tranquilidad para ti misma.

Mañana iniciarás con ese hermoso mensaje motivacional que cuelgas en el muro de tu red social. Nadie se percatará de lo que ha pasado, tú no lo contarás.

Y así empieza el ciclo otra vez, sin que nada cambie durante el mismo.

A escondidas

Es emocionante amar a escondidas. Que nadie se atreva a negarlo… amar nos alegra la vida, pero amar a escondidas realmente nos activa la existencia.

Vivir cada día con una dosis extra de adrenalina nos motiva a encontrar una manera distinta de manejar la rutina. Estar en el mismo espacio, pero debiendo ser incapaces de vernos.

Esas conversaciones vanas que tenemos entre los grupos sociales. Ese beso público en la mejilla, mientras que me sujetas fuerte y discretamente del brazo al ayudarme a bajar las escaleras.

Ese afán infructuoso de esquivar las miradas. Las excusas tontas para alargar los momentos que debemos estar juntos.

Citarnos lejos de las personas conocidas y de los lugares comunes, con tal de tener la libertad necesaria de poder abrazarnos y tomarnos de las manos sin vergüenzas. Siempre buscando el pretexto idóneo para retardar el momento de la separación.

Que cambies el vehículo para recogerme en la plaza y ocultarnos de miradas hostigadoras poder tocarnos con furia retrasada, besarnos sin pudor y amarnos como dementes.

Luego regresar a la realidad, a las reuniones de oficina, almuerzos de negocios, solicitudes de compras y cartas a los gerentes regionales. A ser compañeros de oficina y nada más.