Amar sin libertad

Él se enamoró de ella, inmediatamente la vio. Destacaba entre todas las rosas de ese jardín.

Desde ese día se encargó de cuidarla. La visitaba a diario. Ella causaba la envidia de todas las de su especie. Ninguna había sido objeto de tantas atenciones y detalles.

Un día no aguanto más la distancia. Y queriendo honrarla a cada momento, decidió llevársela a casa.

Un frio y fino jarrón se convirtió en su nuevo hogar. A diario se encargaba de ella, le cambiaba el agua, evitaba que el sol la quemara, pero la ubicaba de manera tal que los destellos del astro rey le acariciaran los pétalos sin dañarla.

Tal era su ensimismamiento que las horas se le pasaban en plena contemplación de su belleza única.

Un día, al despertar, se encontró con una pesadilla. Las cosas no eran igual. Todo había cambiado. Y ya era muy tarde para volver atrás.

Su rosa había muerto. La adoración que le profesaba no le permitió ver más allá de lo obvio.

Su rosa había muerto. Estaba marchita, desgastada, sin los hermosos colores que la hacían única, especial y diferente.

Fue muy tarde para entender, que lo que la hacía especial no era la soledad, ni el aislamiento. Era su jardín lo que hacía que destacara, que lograra brillar con luz propia.

Fue en ese momento en que entendió que, al quererla cuidarla exclusivamente, la había desahuciado, haciéndola sufrir una lenta agonía. Agonía que se convirtió en su sentencia de muerte.

Y es que el amor sin libertad se convierte en extinción.

Tu Esencia en mi Piel

A pesar de la formalidad que hemos asumido en nuestra relación, seguimos buscando un espacio para vernos como amantes.

Eso de salir discretamente ante la mirada de los amigos. Apagar los móviles. Nunca revelar la ubicación geográfica. Usar los cristales oscuros. Andar bajo el amparo de la noche, la luna.

Visitar moteles de paso y desnudarnos con la rapidez de la euforia y la desesperación. Así nos entregamos al placer que anhelan nuestros cuerpos. Compartir nuestros jadeos y quejidos cubiertos con el velo de la clandestinidad.

Rápidamente, sin darnos cuenta termino el tiempo que se nos permitía para amarnos. Con pesar nos cubrimos las pieles con la ropa que momentos antes llevábamos puestas. Hubiéremos preferido seguir juntos pero nos separamos pues nuestros caminos eran distintos.

Al llegar, como es costumbre, me llamo para avisar que todo estaba bien. Me solicito que tomase una ducha, eso me ayudaría a olvidar el cansancio del día. Me negué. El no entendió y siguió sugiriéndolo.

“No quiero alejarte de mi, le dije. En mi cuerpo tengo tu aroma impregnado. Mi piel sigue viscosa por tu sudor. Me niego a perder tu esencia. ¿Cansancio, dices?, ¿A cuál te refieres, si ya te encargaste de quitar todos los rastros de estrés de mi organismo”.

Con un tono sorpresivo en su voz, agradeció el gesto y dejo en mis manos la decisión final.

Minutos después, tome un baño. La salud y la higiene me obligaban a ello. Solo  me resta esperar a que logremos coordinar nuestras agendas y encontremos un nuevo momento para que sigilosamente acudamos a una cita para amarnos.