Aventura Amorosa

Mi sabia madre me mostró un ejemplo que al día de hoy sigue latente. Recuerdo los instantes en que mi padre la invitaba a acompañarle e inmediatamente olvidaba los calderos que hervían en la cocina o la ropa pendiente de lavar en la lavadora: de forma inmediata ella se alistaba para ir con él.

¡AHORA LLEGO MI MOMENTO!

Mi esposo ha escalado en  más de 8 ocasiones el punto más alto del Caribe: «El Pico Duarte«. Ahora me toca a mi. Gozo de la naturaleza, pero no radico en la predilección que él ostenta por las aventuras al aire libre. Confieso que nunca me pensé protagonista de esta trayectoria y que también dije varias veces «mis uñas largas, mis tacones altos y mis vestidos de fiesta no combinan con el Pico Duarte».  Y heme aquí… preparando botas de militar, «spleeping bag», brújula, linternas, abrigos y guantes, elementos que me servirán en este nuevo reto.

Mañana iniciamos el ascenso. No regresaré a la civilización hasta el día 8 de enero. Por lo frío del ambiente me abstengo de llevar móvil, pudiese llegar a perderlo, así que les tocará esperar a que baje para contarles mi experiencia.

PD: Aprovecharé lo mucho que le gusta el lugar a mi galán para hacer la sesión de fotos de nuestra boda, pues la teníamos pendiente. De esas también tendrán pruebas.

Fotos del archivo de experiencias de mi esposo

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Extraños

Mujer parque

Llegar a ese parque no fue intencional. Las múltiples diligencias de su boda lo hicieron llegar hasta ahí. Lo cruzaba para acortar distancias.

Era imposible no fijarse, destacaba. La identificó por su postura, tenía un café en una mano mientras que en la otra un libro le cubría el rostro. Fue instintivo, se sentó a su lado mientras le preguntaba: “¿Qué lees?”.

El corazón de ella se congeló al escuchar esa voz. La identificó. Ya el aroma de su perfume le había dado la alarma.

– Hola – le respondió.

Él repitió su pregunta: “¿Qué lees?”

– Sólo retomo uno de los clásicos de mi autor colombiano.

– ¿Qué raro que estés repitiendo?

– Es que la literatura actual carece de la calidad de antaño.

El silencio se sentó en medio de los dos. Los ojos de él se fijaban en lo cambiada que estaba. Hacía unos cuatro años desde su despedida. Llevaba su pelo oscurecido y encima de sus hombros. Sus lentes la hacían ver tan intelectual, como el día en se habían conocido en la secundaria. Su nuevo estado le denotaba el grado de madurez adquirido.

– Te ves hermosa embarazada, tan hermosa como siempre te imaginé.

– ¡Gracias!– atinó a decir.

– ¿Sabes el sexo?

– Es niña.

– Se ha cumplido tu anhelo.

– ¿Andas de compras? – le dijo al fijarse en las bolsas que le acompañaban.

– Artículos y detalles para la boda. Finalmente me caso.

– ¿Cuándo? – preguntó ella.

– Dentro de seis meses.

– Felicidades… creo.

– Gracias, – le dijo suspirando mientras miraba el cielo gris – Me toca a mí casarme.

– Te irá bien. Te conozco.

– Me voy. Tengo que reunirme con ella.

– Gracias por detenerte. Es bueno reencontrarse con los viejos amigos.

– ¿Sólo viejos amigos?

– Fue bueno encontrarte. Punto.

Él se levantó de la banca. Le besó la mejilla y siguió su camino. Ella dejó salir un disimulado suspiro, tratando de eliminar el estrés que le había causado ese encuentro.

A cierta distancia, él miró hacia atrás, quería volver a verla. Había cambiado sus voluminosos clásicos por un moderno lector digital, pero seguía siendo la misma chiquilla de quien se había enamorado 15 años atrás.

Ella no logró concentrarse para seguir leyendo. Cerró el lector y se refugió en los recuerdos que se habían despertado.

Él siguió su camino. Ella continuó esperando al padre de su criatura. Y así regresaron a sus respectivas vidas, volviendo a ser dos extraños con recuerdos en común.