Flores marchitas

Las veo y no las reconozco. No quedan de ellas más que sombras marchitas, copias desgastadas de lo que fueron alguna vez.

¿Dónde quedó la fuerza y el ímpetu que destacaban en sus personalidades? Justamente lo que más admiraba de ellas.

Qué triste me resulta ver que ha desaparecido su esencia, tal como escurre el agua en las manos, como la llama de una vela cuando es apagada.

Anhelo encontrar en sus ojos ese brillo que las hacia especiales, únicas.

Se han dejado envolver en la rutina de los imprevistos desagradables con los que las vida nos tranca el juego. Estan acorraladas y no lo saben.

Agradable Compañia

Lograr coordinar nuestras agendas fue todo una odisea. Entre sus responsabilidades empresariales y las mías, mis horarios familiares y los de ella no lográbamos congeniar. Hubo que esperar dos semanas para que la cita se hiciera efectiva.

Nunca requerimos una razón específica para vernos. Dos amigas de toda la vida no la necesitaban. Solo era asunto de pasar tiempos juntas.

Iniciamos con un café, continuamos con un almuerzo y pasamos la tarde entre copas de vino artesanal. Lo peor de todo es que los temas nunca terminaron. Siempre hay cosas que debatir. 

Que agradable es poder decir lo que se piensa en total libertad. Poder expresar los sentimientos que se mantienen bien ocultos en los rincones del alma. Saber que las palabras no serán malinterpretadas, que las frases no serán juzgadas, ni las intenciones vistas con matices maquiavélicos. Solo hablar y desahogarse sin temores. Tener la seguridad de que cada palabra será escuchada con atención, con el marcado interés de ayudar a buscar las aristas de las esquinas que aún no se han visto, crear soluciones nuevas, realizar innovaciones al analizar todas las opciones, posibles o imposibles.