Me aferro a su presencia como náufrago a la deriva, pretendiendo así hacer más llevadero mi encierro. Quizás soy egoísta, pues al apoyarme en él, lo hago partícipe de mi prisión. Hoy no aceleraré su llegada, ni precipitaré sus pasos, me quedaré inmutable hasta el momento en que decida regresar. Aún así confieso que escuchar el claxon de su vehículo al aparcarse me dibuja una sonrisa en el rostro y le provoca un brinco a mi corazón.