La primera mitad de nuestras vidas nos las frustran nuestros padres y la segunda mitad, nuestros maridos.
Miedo. Todos tenemos miedo al fracaso. Y, como en el caso de los negocios, si uno quiebra, la tendencia es volver a levantarse y seguir adelante. En el plano sentimental, en cambio, no es tan fácil. El temor al fracaso en el aspecto emocional supone dolor, frustración, tristeza. Y una persona es, decididamente, irremplazable.
Respondiendo una sola pregunta: ¿qué queremos? ¿Estar solas o mal acompañadas? ¿Queremos ser mujeres de carrera o queremos simplemente vivir la vida sin afanes? ¿Que la única carrera en la vida que quisiéramos y a la que aspiráramos sea una contra reloj para que nos alcance el tiempo para hacer de nuestra vida todo lo que deseamos hacer? ¿O lo que realmente necesitamos es tiempo para vivirla y ya, sin tantas complicaciones? (…) El gusto que ya nadie puede darse es confundirse entre ambas posiciones. (…) Uno no puede decidir que se quiere casar, tener hijos y que el marido lo mantenga a uno, si uno lo que quiere es vivir metido en la oficina mirando a ver cómo es que uno se gana los puntos para obtener ese fabuloso ascenso que tanto le han prometido.
Tampoco uno puede pretender vivir cómodamente con el marido, y quejarse todo el día porque por atenderlo usted dejó a un lado todas sus aspiraciones profesionales.
Deje de quejarse que, en últimas, uno siempre tiene la pareja que se merece. Por dos razones elementales: porque fue usted la que lo escogió. Y porque cuando se dio cuenta de que se equivocó, tampoco hizo nada para dejarlo.
Las mujeres siempre tenderemos a desencantarnos en algún punto de nuestras vidas.
Nunca estamos conformes con lo que tenemos. Duramos mucho tiempo escogiendo lo que supuestamente queremos, para terminar al final, ya desesperadas, encartándonos con lo primero que se aparezca para no quedarnos con las manos vacías. Y todo para darnos cuenta de que por andar buscando lo que no necesitábamos, perdimos lo que tuvimos alguna vez. Para terminar admitiendo que lo que antes teníamos era muchísimo mejor que lo que conseguimos a última hora. Y eso, en materia de hombres, es una verdad que duele y que ninguna de nosotras se atrevería a negar. Sería algo así como negar a la mamá.
No señoras, la igualdad necesariamente debe radicar en cosas más fundamentales para la sociedad, para la crianza de los hijos y para el respeto que, en últimas, es lo más importante de todo. Que seamos iguales eso sí, a la hora de educar y de atender a nuestros hijos. Que seamos iguales para respetarnos, para admirarnos y, más que nada, para apoyarnos mutuamente en sea cual fuere la elección de vida que hayamos escogido para nosotros mismos. Si la señora quiere trabajar, pues que trabaje pero que no llegue a la casa a regañar al marido porque ella está mucho más cansada que él. Que no lo obligue esa noche a ver el programa que ella quiere sólo porque se asegura de remarcarle que la luz también la paga ella y la televisión salió de su salario y no del de él. Que no lo presione a ayudar a los niños a hacer las tareas, sólo porque toda la semana, a pesar de todo el trabajo que tiene acumulado en la oficina, ha sido ella y no él quien los ha ayudado. Así no podemos. Con imposiciones no lograremos nada con ellos y eso está más que comprobado. Es la habilidad que tenemos las mujeres para conseguir lo que queremos sin siquiera levantar la voz lo que está en juego. Es poder estar sí en igualdad de condiciones pero no tener que perder las consideraciones.
El sexo, en grandes y satisfactorias cantidades, indiscutiblemente embellece.
La guerra de los sexos es la única en la que ambos bandos se acuestan con el enemigo. El arma de los hombres en esa batalla es la desconsideración. La nuestra, la venganza.
Es decir, estimadas aliadas en este gran valle de lágrimas llamado vida, es nuestra culpa si escogemos mal con quien compartir nuestras vidas y, pero aún, si insistimos en quedarnos ahí y seguir caminando por el mismo camino rocoso a pesar de habernos convencido de que lo que escogimos no nos hace felices; si insistimos en seguir caminando por el mismo túnel oscuro y sin salida.
Si ese es el que le gusta, pues no se queje ni se frustre.
Los Caballeros las Prefieren Brutas Isabella Santo Domingo
Final.
Veo mucha resignación y resentimiento …. así vamos y supongo que por eso hay muchas separaciones.Esta 3 parte es tuya o de Isabella ?.
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Sigue siendo de Isabella. Confieso que ha aprendido a aceptar como buenos y validos sus conceptos, cuando desprendí de las mascaras y los prejuicios.
Agnyez!
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