Continuación…
Subieron a la azotea a tomar un respiro mientras seguían consumiendo el champagne. Abrazados danzaron como antes cuando habían sido pareja. Su pasado la estrechó entre sus brazos, obligándola a recordar. Era el tipo de acercamiento físico que desencadenaría todo. Y ella no impidió el beso, lo correspondió.
Ese aroma, la textura de ese cuerpo, los brazos que la cubrían, la faz que se acercaba, ese aliento… todo tan disímil a los de su esposo.
La mujer de la oficina se apresuró a lanzarse a la piscina, para impedir que él se retractara. Durante un largo rato se mantuvieron distanciados, solo charlando y confesándose muchas intimidades.
Esa noche los esposos amanecieron en camas distintas, acompañados de personas que no eran las que les correspondían.
Ella se despidió, como dos años antes, de su pasado. Cada quien siguió hacia un camino distinto, uno totalmente opuesto al otro. Las lágrimas en el rostro de ella comenzaron a salir. Su pasado la besó apasionadamente con la resignación del “hasta nunca”.
Esa mañana al buscar su cambio de ropa, él encontró una nota de disculpas de ella. Se sinceraba sobre la pelea del día anterior. Admitía que lo conocía y que le amaba. Eso hizo que la conciencia del esposo finalmente apareciera. Prefirió dejar sus obligaciones laborales y correr a casa al reencuentro con su esposa.
Ella al llegar a su casa se desnudó y se puso a fumar aún con los ojos empañados por las lágrimas. Cuando él llegó la encontró en esa misma situación: fumando y llorando. El mintió cuando dijo que la jornada de trabajo había terminado temprano.
Ella sugirió olvidar lo que había pasado. El la invitó a almorzar para que pudieran relajarse, la abrazó fuerte, a pesar de ese olor a cigarrillo que odiaba, esa esencia la embargaba. Le dijo que la amaba, mientras se percataba de que sus zapatos de fiesta seguían en el suelo.
Ambos se miraron a los ojos y descubrieron que todo lo que decían eran mentiras. Y a pesar de saber esto, siguieron con la normalidad de sus vidas. Cual si nada hubiese pasado.