
Era a una mujer a quien miraba, tenía aproximadamente mi misma edad, de pelo largo, cual amazona en tiempos prehistóricos, negros profundamente; su rostro era tierno, pero algo no estaba bien…algo no funcionaba como debía.
En su mirada había un halo nostálgico… Sus ojos se notaban como dueños de una mirada capaz de electrizar a cualquier hombre que se le acercara, tranquilizar a cualquier infante, complacer a cualquier patrón y despertar la complicidad en cualquier fémina…ahora no tenían esas características…
En lugar de lozanía, esperanza, juventud, entusiasmo y amor en sus ojos había tristeza, decepción desgaste y conformismo. Que peligroso resulta el conformismo a tan joven edad. Pero eso había en ella.
De inmediato intenté ayudarla, ofrecerle mi apoyo, prometerle que todo estaría bien, que sin importar la pena que le acongojara todo tendría solución. Mi rostro cambio por ella inmediatamente, sentí empatía. Le ofrecí asistencia, le pedí que entrara a mi casa, que se acomodara, que habláramos, que depositara en mí su confianza, que no le fallaría.
Ella no me respondió, siquiera se inmutó ante mis palabras. Tampoco realizó movimiento alguno, pareciera que no me hubiese escuchado. Recordé entonces que eso a veces suele pasar y trate dificultosamente, de recordar la corta presentación que el lenguaje de seña hace muchos años una amiga me había enseñado. Eso tampoco funcionaba. Intenté con el inglés y tampoco recibí respuesta.
Ahí fue cuando me ofusqué… La impotencia me invadió y no pude sacarlo de mi organismo.
Cuando me cansé de tratar de hallar la forma que me respondiera, me resigné. Sólo me quedaba acompañarle, así que cuando me vio sentada en el suelo frente a ella, hizo exactamente lo mismo…como si hubiese podido leer mi mente y prever lo que pensaba hacer.
En ningún momento vario su mirada, justo como yo lo hacía con ella siempre me miro a los ojos, pocas veces pestañaba.
Las reacciones de sus ojos nunca variaron, en todo momento estuvieron presentes la tristeza, el desánimo, la decepción, el desgaste y el conformismo.
Durante casi una hora estuvimos así, una frente a la otra, mirándonos, examinándonos y explorándonos hasta más no poder. Yo estaba tan ensimismada con mis pensamientos así como estaba ella envuelta en los suyos.
Fue al salir de mi ensimismamiento cuando me percate de todo lo que pasaba en tan emblemática escena. Sin pensar más en ella ni en sus reacciones ni dolencias, me levanté justamente cuando ella lo hacía. Salí de la habitación.
Salí al percatarme de la identidad de la mujer misteriosa. Toda una hora perdida al invertirla en quien no quería ser el centro de atención.
La mujer desconocida no era más que mi imagen en el espejo. 29 de abril del 2008 11:57 AM